jueves, 15 de abril de 2010

De Soles y Lunas


Llevaba la chaqueta impregnada de olores
a armarios cerrados y alcanfor,
los bolsillos preñados de primaveras marchitas
y el paso firme y presuroso para
no llegar tarde a su cita.
Yo, le veía todos lo días, solo,
sentado en aquel banco de madera raída.
Tenía la mirada de hombría olvidada
y sus manos llenas de guerras perdidas.
Allí, sentado, pasaron por
su cabeza, cientos de soles muertos
y miles de lunas nacidas.
Fumaba, hablaba. Unas veces para sí mismo,
las otras para los vientos.
Y al extinguirse el humo del último
cigarrillo, se incorporaba, más cansado,
más consumido. Emprendía entonces el regreso
fatigoso y pesado, para perderse entre
callejas empedradas sin hacer ruido.
Un día dejé de verlo. No aparecieron más
los soles esplendentes ni las lunas llenas de vida.
El viejo banco se quedó solo, con su
madera raída, vacío, huérfano de olores
y de palabras vertidas.

D. Cebada